Ayer fue un día muy especial por varios
motivos. Principalmente porque, además de cumplir años (treintaytodos como dice mi primo), cumplí un gran reto: acabar con éxito la maratón de Madrid: 42,195
km en 4h07'.
Como en cualquier reto y más de esta
envergadura, uno siempre tiene recuerdos para mucha gente, recuerdos a los que
recurrir cuando flaquean las piernas para decirse: "no hay opción de no
llegar".
La maratón de ayer se la dediqué a mi
abuelo, que falleció una semana antes, el día 15 de abril. Pero además quise
dedicar cada uno de los km del recorrido a familiares y amigos.
El primer kilometro en recuerdo de Quique
("el guapín"), cuya muerte nos ha conmocionado a todos hace unas
semanas. La vida tiene estos palos, de los que hay que reponerse disfrutando de
los buenos momentos que nos deja en la memoria.
Ese km 1 fue un momento lleno de
sentimientos, de alegría, de emoción y también de nervios. La euforía de los
19.000 corredores que tomábamos la salida hacía que volásemos por la Castellana
desde la pza. de Colón al grito de ¡Vamos! Hasta el final!. Los gritos servían
para eliminar los nervios. Aún quedaba un mundo por delante y había que
controlar las fuerzas, regular los tiempos, pero sobre todo disfrutar de la
carrera.
Tantos meses de entrenamiento y la
convicción de cumplir el reto tuvieron su recompensa.
La experiencia de llegar hasta el final y
cruzar la meta corriendo los últimos 200 metros con Carlota es indescriptible.
Gracias a todos los que habéis formado parte de mi reto.
Ánimo y convicción a vosotros también en cada reto que os propongáis.